viernes, 26 de octubre de 2018

¡Sí, quiero sexo! Fisiología, deseo, decisión.

¿Te ha ocurrido tener sexo con otra persona, tal vez, incluso de haber tenido orgasmo(s) y luego pensar que no era lo que querías hacer? Situaciones en las que no ha habido abuso alguno, quizás poca habilidad para interpretar tu disponibilidad, pero no sólo de parte de la(s) otra(s) persona(s), sino también tuya; también poca habilidad de tu parte para entender lo que sentías y deseabas.

Últimamente se habla mucho de “consentimiento” en relación al sexo con otra(s) persona(s). En especial porque las feministas hemos decidido no callar abusos sexuales y hemos vuelto a poner el argumento en el debate social.

No es sobre violaciones y abusos que quiero reflexionar. No quiero ahora centrarme en situaciones en no podemos elegir porque alguien abusa de su poder sobre nosotrxs. Quiero proponeros pensar sobre aquellas situaciones en que podemos hacerlo, en que nos parece que elegimos, que queríamos, y luego nos parece que no o que elegimos mal, aunque el evento fuese sexualmente satisfactorio.

Se cuestiona poco el “consentimiento” en el sexo (en el sexo, no en el abuso a través del sexo) y, prácticamente, no se piensa qué estamos entendiendo por “consentir”.

¿Qué significa decir que un encuentro sexual fue “consentido”?

El verbo en sí, “consentir”, provoca confusiones. Su significado es el de permitir, de no oponerse a algo. Esto deja a quien “consiente” en un rol bastante pasivo, con la miserable libertad de decir: “No, gracias” cuando las circunstancias lo permiten. Quién “consiente” no ha tomado iniciativa, no ha propuesto, ha sólo consentido, aceptado, porque tiene “el poder” para hacerlo. Se trata de un “poder” mermado; del poder decir que NO, que debiera ser considerado el mínimo derecho de cualquier persona, SIEMPRE.

Podríamos hacer otra lectura, mucho más positiva, pero mucho menos normalizada en nuestro uso de la palabra: consentir, sentir-con. ¿Siento que elijo esto? ¿Lo estoy decidiendo y, por lo tanto, aprobando-me, permitiendo-me, la acción consecuente? ¿Le estoy dejando el espacio a la(s) otra(s) persona(s) de hacer el mismo proceso? No, no es así como suele interpretarse.
Esto, sin embargo, nos lleva a una pregunta previa: ¿hemos elegido ambas (o más) partes en esta interacción erótica el tenerla?, ¿hemos decidido, cada unx para sí mismx, que queremos este encuentro sexual? Quiero decir, ¿es cada unx consciente de lo que está eligiendo?, ¿está decidiendo tener sexo con esta otra persona?

No quiero decir con esto que la decisión sea tremendamente trascendente, que un “error” en esta decisión sea grave. Normalmente no lo es; es un error y punto. No pasa nada importante. Hacemos muchas cosas sin habernos planteado si realmente es lo que queremos hacer. Sin embargo, creo que es un asunto sobre el que vale la pena reflexionar.

¿Cómo sabemos que queremos tener sexo con alguien/es en el entendido de que también lo desea(n)? ¿Cómo lo sabes tú?
Una decisión no es lo mismo que un deseo. Muchos menos es lo mismo que percibir ciertas repuestas fisiológicas que no necesariamente significan que exista deseo sexual, ¿o sí?

¿Sabemos interpretar esto en nuestros cuerpos y nuestra psique?

Todxs sabemos que hay respuestas fisiológicas involuntarias y reacciones del cuerpo que no significan lo que solemos interpretar de ellas. Por poner un ejemplo, sudamos, a veces, sin que haga mucho calor, sino por otros motivos. Pues bien, los hombres saben, perfectamente, que pueden tener erecciones (las matutinas, por ejemplo) que no significan que estén deseando sexo (o pueden no tenerlas, cuando sienten deseo de tener sexo). Las mujeres, sabemos que nuestra lubricación vaginal puede aumentar sin que implique que estemos experimentando deseo (durante la ovulación, por ejemplo) o puede estar ausente, cuando sentimos que estamos deseando placer sexual.

Que las situaciones que estoy poniendo como ejemplos, puedan o no ser interpretadas como deseo de sexo (masturbación o compartido) y aprovechadas para el placer, depende de nuestra decisión, no de la respuesta fisiológica misma. Lo he dicho y escrito ya muchas veces: a los animales humanos, de instintivos nos queda muy poco y, lo que nos queda, es mucho más activo (por necesario) al inicio de nuestra vida.

Entender que sí, que siento deseo de placer sexual, no es siempre tan sencillo como podría parecer. Puedo estar interpretando unas sensaciones como lo que usualmente significan para mí sin que, necesariamente, sea ese el caso ahora (es decir, “leer” ciertas respuestas fisiológicas y sensaciones como deseo sexual cuando no se trate de ello y a la inversa).

El deseo (de lo que sea) no irrumpe de golpe, aunque pueda parecérnoslo. Se elabora a partir no sólo de emociones, sino también de sentimientos, de interpretar esta fuerza que se manifiesta como necesidad de algo (en este caso, placer sexual). Para interpretar, necesitamos parámetros. Por lo tanto, esta interpretación tiene también aspectos culturales y de nuestra propia historia personal que pueden confundirnos si los tenemos demasiado automatizados.

Sé que algo en mí quiere una satisfacción (y no, necesariamente, voy a permitírmela porque soy un ‘animal racional’ y tendré que evaluar sus posibles consecuencias en mi vida y la de otras personas involucradas), pero no siempre sé con certeza, qué satisfará este deseo.

Me viene a la cabeza un ejemplo que sólo será comprensible para quienes sean o hayan sido fumadoras/es: “deseo un cigarrillo” se descubre muchas veces, una trampa, una confusión. En realidad, tenía hambre o estaba ansiosx y quería calmar mi ansiedad y he interpretado esa sensación como deseo de fumar. A dos o tres caladas, te das cuenta de que no te satisface; no habías interpretado bien el deseo.

Por otra parte, no es lo mismo aceptar que tengo un deseo, que haber decidido satisfacerlo. La decisión de dar satisfacción a ese deseo (y el cómo hacerlo) es mucho más compleja que la sola interpretación de nuestras emociones y sensaciones. Decidir, es poner en juego, también, nuestra racionalidad, nuestra capacidad de evaluar no sólo si queremos algo, sino si es probable que ese algo nos aporte bienestar más allá del placer momentáneo, si será conveniente para nuestro proyecto vital, el que sea (el de pareja, el laboral, etc.) o para el de las personas que también estén involucradas.

Decidir es poner a bailar a juntas nuestras motivaciones y razones e intentar que la coreografía sea armónica.

Obviamente, cuando deseamos (no sólo placer sexual; cualquier cosa) no podemos saber si las acciones que emprenderemos para satisfacer ese deseo darán el resultado esperado, si lo satisfarán y nos otorgarán bienestar. Sin embargo, tomar la decisión de intentarlo y asumir esa posibilidad o tomar la de no hacerlo a partir de esta evaluación, es lo que hace de una decisión algo activo, algo en lo que he participado, de lo que soy responsable y en la que ejercito la libertad que me es humanamente posible.

No podemos “calcular” todas las posibilidades de éxito o fracaso, pero, reflexionamos (velozmente, nos apremia el deseo y, probablemente, la situación), nos hacemos una idea general y apostamos asumiendo el riesgo de error. Sin haber reflexionado y haber elegido una acción u otra, no podemos hablar de decisión.

Sólo entonces, sólo cuando hemos decidido que queremos satisfacer el deseo de placer sexual que nuestra fisiología parece anunciar, podemos “consentir”, sentir-con y actuar en consecuencia.

Si no estás consiguiendo una bonita coreografía entre tu cuerpo, tus deseos y tus valoraciones, tal vez sea mejor idea posponerlo hasta que tengas más claridad o hayas resuelto las dificultades que estén entorpeciendo el camino hacia el placer sexual.

De cualquier modo, lo que no podemos olvidar es el incuestionable derecho a cambiar de opinión si “en el fragor de la batalla” estás sintiendo desagrado.

¿Y tú, te consientes el placer sexual o vas hacia él en automático?

miércoles, 24 de febrero de 2016

¿Cuántos años tienes? Medidas de la vida

Nuestra cultura mide la vida de manera longitudinal, como si se tratase de algo bidimensional, planita ella, sin profundidad.

Medimos la vida en años vividos, en edad, cronólogicamente: un número. Pensamos en presente, pasado y futuro... No me cuadra con mi experiencia. Mi vida no se mide en años (o no sólo); mi vida (y la tuya) no es sólo "larga", sino también "ancha", "profunda"... intensa.

¡Hay otros números! Mi vida puedo también medirla en metros cúbicos; en kilómetros de profundidad; en ph (grados de acidez); en grados richter, como los terremotos... algunos de tal magnitud que han botado casi todo y, aunque no fuera en absoluto agradable, el placer de reconstruir, de partir de cero, de generar un proyecto todo nuevo e ir viendo los progresos (y los retrocesos y los nuevos avances cambiando lo que hiciera falta) es un placer indescriptible que todxs conocemos y que nos da el material para nuestra propia narración, para contarnos a nosotrxs mismxs y sentirnos a gusto en esos momentos en que descansamos y nos sentamos a mirar lo que hemos hecho de nosotrxs.

Por eso hay gente que parece tan sabia siendo tan joven. "¡Qué sabrás tú de la vida a tus 17 añitos! Ya aprenderás" y casi siempre quieren decir: "ya te amoldarás, ya aprenderás a obedecer reglas, ya te someterás".

He conocido gente muy joven (estoy segura que tú también) que me ha dejado con los ojos como platos y con la boca abierta y me ha dado una buena lección para seguir creciendo; he conocido gente mayor, muy mayor (estoy segura que tú también) que me ha dejado preguntándome, "pero, esta persona, ¿alguna vez vivió de verdad, reflexionó sobre los eventos que vivió, hizo de ellos experiencia o sólo le 'pasaron cosas'? Por supuesto, también he conocido gente joven que me dejaba con inquietud y la esperanza de que un día aprendieran un poco más de lo vivido y viejxs muy sabixs. No, no depende (sólo) de la edad. Más tiempo, más longitud, da más oportunidades de amplitud para quién sabe que eso es lo importante de vivir y se entrena en conseguirla, pero sirve de poco para quién sólo cambia de edad y se apunta otro año sobrevivido .

Más de alguna vez me he quedado observando a alguien perdidx en la drogadicción o que hace cosas terriblemente riesgosas para su supervivencia y preguntándome por qué. He escuchado a gente adulta decir que "se aburre" y me he preguntado cómo (no recuerdo haberme aburrido desde que soy adulta; me pasaba de peque). Creo que tiene que ver con esto. Las vidas "vividas" casi exclusivamente de manera longitudinal, se hacen pesadas, invivibles y se intenta escapar de ellas o se vuelven aburridas. La gente con vidas amplias y profundas, no se aburre y vivir en alucinaciones no le hace falta. Están tan llenas de vida para vivir que no les cabe más que lo mucho que obtienen de sus sentidos y su capacidad de enamorarse (de amar proyectos, animales, personas...) y de su tarea de des-enamorarse si lo que se ha estado amando se ha convertido en lento veneno o, simplemente, se ha descompuesto y comienza a podrirse.

No quiero morir pronto, claro. Me gusta la vida, pero si tuviera que elegir entre amplitud o longitud, ahora, a mis casi cincuenta, me quedo con la ampltud. Tal vez porque de longitud ya tengo bastante, aunque soy consciente de que siento que tengo bastante porque estos casi cincuenta años han sido muy, pero muy anchos. ¡He vivido tantas vidas en estos cincuenta años!

Ahora que me siento mayor, que soy aún más consciente de lo mucho que me queda por aprender, pero también de que tengo aún menos tiempo para compartirlo, me dan ganas de gritar a voz en cuello: no importa que edad tengas, date permiso, arriésgate al desorden, ¡vive a lo ancho también! ¡Vive!

sábado, 23 de mayo de 2015

Elegir, priorizar... vivir o morir

¿Por qué, por quién te jugarías, literalmente, el pellejo? ¿Por qué causas, por qué personas, por qué, aceptarías la muerte como mejor opción que seguir viviendo?

No son preguntas banales porque, aunque ahora mismo no te estés jugando vivir o morir, sí es absolutamente cierto que estás invirtiendo tu vida en ‘algos’ y ‘álguienes’. Estás viviendo de una forma y no de otra o, lo que es lo mismo, estás “matando” otras formas de vida posible para ti. No de golpe sino cada día, cada hora, cada segundo; estás “dando la vida” por esos ‘algos’, esos ‘álguienes’. ¿Son esas las cosas, causas y personas por las que, por ejemplo, te interpondrías en el camino de una bala?

No se trata de responderte en abstracto, no se trata de respuestas para toda la vida ni absolutas porque la vida es cambio y tú también cambias, por eso es que estas preguntas hay que rehacérselas cada cierto tiempo. Es quizás más difícil y más serio. Se trata de lo único que de verdad posees: tu vida aquí y ahora.

En este periodo de tu vida, ahora: ¿estás eligiendo (y, por tanto, ‘des’eligiendo -rechazando como opción- lo que no cabe en ese tiempo ya ocupado) aquello por lo que darías la vida?, ¿estás priorizando aquello por lo que valdría la pena morir?, ¿estás dando a luz momentos (e, inevitablemente, ‘asesinando’ otros) por aquello que de verdad quieres vivir y estarías dispuestx a morir?

Tampoco se trata de amargarse si las respuestas se parecen más a un “Estoy invirtiendo mi tiempo y mi energía (es decir, ¡mi vida!) en ‘algos’ y ‘álguienes’ que no son tan importantes para mí como para arriesgarlo todo (como, de hecho, lo estoy haciendo, porque estar aquí es no estar allá ni ahí, ni tampoco allí; porque hacer Z y J es posponer para un imaginario futuro hacer X, Y, V, Q).” La vida la vamos construyendo y puede que sea eso lo que estés haciendo; puede que te estés preparando para aquello por lo que vale la pena morir que, a fin de cuentas, es por lo que vale la pena vivir.

No te obsesiones con LA respuesta, porque no existe Una respuesta. Sin embargo, no dejes de hacerte la pregunta y si descubres que has puesto en función el piloto automático y no eres tú quién está decidiendo lo que puede decidir (no es verdad que nada sea imposible, pero lo son muchas menos cosas de las que solemos creer), puedes aún poner todo patas arriba y rearmar el puzle: volver a ordenarlo de otro modo, buscar piezas perdidas, tallar unas nuevas, etc, del modo en que tenga sentido para ti.

Por otro lado, si tus respuestas son del tipo “Sí, es muy doloroso, no soy feliz, pero es que esto lo hago por ‘algos’/’álguienes’ que merece/n que me juegue la vida”, tendrás que hacerte muchas preguntas más, porque en esa contradicción, hay algo que no cuadra. Tal vez, sean correctos los motivos, pero no los modos.

No se puede vivir de verdad (no sencillamente respirar, envenjecer), no se puede “honrar la vida”, como dijo Eladia Blázques, sin hacerse preguntas e ir arriesgándose en respuestas. Sin embargo, si te es más fácil omitir las preguntas, no tengo nada que decir: tu vida es tuya y eso merece respeto, al menos mi respeto aunque no tenga todo el tuyo.

lunes, 25 de agosto de 2014

Otra desde el Face a cuento de la cultura de la violación

He colgado una entrada un poco larga en facebook y, aunque por contexto, necesitaba ponerla allí, me apetece que esté al alcance de quién lee el blog.

Quería compartir una imagen (varias preguntas directas a los hombres sobre sus experiencias cotidianas de expropiacion del cuerpo para sensibilizarlos a las que nosotras vivimos), pero quise introducirla y aquí está el resultado:

Una invitación:
Si eres un hombre que quiere hacer el ejercicio empático de comprender cómo vivmos las mujeres "la cultura de la violación", subproducto del patriarcado; cómo se vive en lo cotidiano ser mujer en un mundo en que el cuerpo que eres no te pertenece, sino pertenece a tus padres, a dios, a tu pareja (o por no considerarlo propiedad de ellos se entiende que es un cuerpo "sin dueño", así que, "del primero que lo vea" y le apetezca jugar un ratito), si eres ese hombre, prepárate para leer con empatía, abre la mente y el corazón.
No leas estas preguntas a la defensiva, buscando la manera de mostrar que tú también sufres en este mundo patriarcal. No necesitas hacerlo, tú lo sabes, nosotras lo sabemos. Sabemos que ser "Hombre", tampoco es fácil, que se te presiona para performar, para teatralizar hasta sentirlos tuyos, naturales, unos derechos y privilegios que esconden privaciones y límites a tu posibilidad de inventarte a ti mismo desde el respeto por tus deseos y necesidades, desde una ética de amor por ti mismo y cada unx de los otros seres que habitan la tierra. Tranquilo, lo sabemos (Particularme, lo sé tan bien como puede llegar a saberlo una persona educada para "Mujer", pero madre -feminista- que educó a un hijo maravilloso en lucha constante por la libertad de ser hombre sin estar agarrotado en la jaula de la masculinidad hegemónica).
Sin embargo, creemos también que deseas crecer y liberarte y que parte importante de eso, pasa porque entiendas las consecuencias de esa socialización que has recibido y te oprime; sus efectos sobre ti mismo, sí, y también sobre aquellas personas que el mundo te enseñó a sentir como "otras", como pertenecientes a la categoría "opuesta" y que también está oprimida y con menos privilegios. Esa categoría en la que te incluyeron cuando naciste y en la que te han ido encajando día tras día de maneras muy sutiles y otras no tanto. Esa de la que no sabes bien cómo escapar porque han intentado convencerte que fuera de ella hay sólo otra: la de mujer, o en su defecto "afeminado". Esa que, te permite moverte en el mundo porque te ha dado herramientas, pero cuyas herramientas son muchas veces filosas y te cortan (y despedazan a otrx) al usarlas. Esa que, si rechazas, te deja desnudo y responsable de inventar un modo nuevo, propio y que será siempre cuestionado por "lxs guardianes del género" que están allí siempre atentxs y vigilantes para decirte que haces mal y castigarte.
Este es sólo un ejercicio de empatía: "¿Y qué cosas viven, sienten, les ocurren día sí y día también debido a tener un cuerpo que entra en la categoría "Mujer"? ¿Cómo podría sentirme yo en situaciones así?" Porque yo (tú, hombre que lee y que intenta empatizar liberándote de tus propios miedos y defensas) no comparto con ellas idéntica socialización patriarcal (que se esfuerza en esculpirnos para ser desiguales), pero comparto con ellas, y todas las personas, la categoría de ser humanx y quiero entender para ser menos parte de esta injusticia y así, ganar también yo, también para mí, la libertad, la alegría, la responsabilidad de la diversidad.
Es absurdo temer que en el esfuerzo de hacer explotar por el aire "la diferencia" entre dos categorías, nos quedaremos con el aburrimiento de ser todxs iguales, desabridxs, sin gracia. Seríamos iguales en derecho (no hablo de leyes, hablo de los derechos de verdad, los que se ejercen cada día y que nos hacen sentir que podemos o no hacer cualquier cosa que hayamos evaluado como "buena" para nosotrxs mismxs sin dañar a nadie). Iguales en derecho, pero llenos de esa diversidad que habría explosionado para no tener un mundo "o rosa o celeste", sino lleno de colores por descubrir en cada interacción con otrx ser humanx.
Vamos, si eres ESE hombre, si quieres serlo, sé valiente y empieza por aquí: observa con atención tus miedos y sus defensas, vélos cuando asoman la cabeza y díles que se estén quietecitos sólo por un momento, al menos, y lee esta preguntas abierto a las otras emociones que te provocan.
Si eres un hombres feliz y contento de pertenecer a la uniformante categoría Hombre y sólo interesado en competir con otros por ser "más hombre" que ellos, ahórrate la lectura, te irritará. Si eres un hombre que ya ha empezado este camino de cuestionamiento, léelo si quieres, claro, pero, seguramente, estas preguntas ya te las habías hecho tú solito.
¡Aupa, valientes! (y no es sorna, yo también fui y soy -y espero seguir siendo- valiente para hacerme mis preguntas cada día y sé que se paga caro y no resulta agradable en lo inmediato, pero también sé que vale la pena)

(Enlace a la imagen que cogí de Gogara):

https://www.facebook.com/gogaratalleres/photos/a.215336785276841.63058.213078195502700/527177114092805/?type=1&theater

lunes, 30 de junio de 2014

Desde el facebook de sexoygenero

Esto es un anuncio del Ministerio del Interior que ha compartido una amiga:

http://www.interior.gob.es/web/servicios-al-ciudadano/seguridad/consejos-para-su-seguridad/prevencion-de-la-violaci%C3%B3n

Esto, una vieja entrada en las imagenes de sexoygenero:

https://www.facebook.com/photo.php?fbid=616150905068075&set=a.469369453079555.130078.469319049751262&type=1&theater


jueves, 29 de mayo de 2014

Otro video "de moda"

Últimamente la televisión, incluso en horario de noticias, comenta sobre ciertos videos “virales”. Ayer, 28 de mayo, en un noticiario, volví a ver el video que compara las reacciones de la gente en una calle en Reino Unido cuando un hombre maltrata a su compañera o cuando es ella quién lo agrede a él.

El video:
http://www.trueactivist.com/this-is-what-happens-when-the-public-sees-a-woman-abusing-a-man/

Dado que en ese noticiario también escuché la misma interpretación que en alguna entrada en Facebook, absolutamente diferente de la que hice yo apenas lo vi, y porque entiendo que esa manera de interpretar el video se está convirtiendo en la lectura hegemónica del mismo (no voy a analizar el por qué; me parece demasiado obvio, aunque no sepa si fue esa o no la intención de lxs creadores del mismo), expongo aquí la mía para ofrecer diversidad, digamos…

Entender la violencia del tipo que sea, requiere entender sus causas. Sólo así podemos actuar ofreciendo a quién la practica, alternativas de acción más deseables. Por supuesto, lo mismo ocurre con la violencia de género.

Cuando decimos “violencia de género”, decimos conductas abusivas, violentas (no sólo físicamente) que tienen su origen en la convicción de que hay sólo un bagaje de conductas posibles si eres hombre y sólo uno si eres mujer. Que, además, no hay más alternativas que ser lo uno o la otra y que para serlo bien, “de verdad”, debes ajustarte a ese bagaje de conductas. Esto produce la posibilidad (y en la práctica no crítica, la obligatoriedad) de actuar o de recibir una acción dentro de una muy determinada y restrictiva gama de conductas. Vale decir, una acción es realizable POR y actúa CONTRA en un solo sentido (el que mandan las categorías de género: masculino/femenino).

¿Por qué actúan como lo hacen las personas que reaccionan en este video cuando ven a una mujer maltratada por su compañero? Porque el sistema sexo y género patriarcal dice/manda que las mujeres somos débiles y subordinadas a los hombres –y de hecho, en un mundo organizado bajo este sistema, lo somos; ¡es para provocar ese efecto que el sistema existe!-

El feminismo se ha ocupado durante años en mostrar que esta “debilidad” de las mujeres es un efecto del sistema y no contribuye a un mundo mejor, justo; que se trata de una producción cultural, una construcción que sostenemos y que podemos y debemos cambiar para beneficio de todas las personas. A día de hoy y como resultado de ese esfuerzo de las feministas, tal vez sin entender profundamente su significado, la gente está más o menos concientizada de que tratar mal a una mujer está mal… e interviene. Y eso es deseable, eso es bueno.

¿Por qué actúan como lo hacen las personas que reaccionan en este video cuando ven a un hombre maltratado por su compañera? Porque el sistema sexo y género patriarcal dice que los hombres son fuertes y deben dirigir no sólo a las mujeres, sino el mundo –y de hecho, en un mundo organizado bajo este sistema, lo son; ¡es para provocar ese efecto que el sistema existe!-.

El feminismo, sostenido especial y casi exclusivamente por mujeres, se ha ocupado poco de los costes que esa idea de fortaleza dicha/mandada para los hombres, tiene sobre ellos. Estábamos demasiado ocupadas en la urgencia de luchar contra los efectos devastadores que esa idea de fortaleza masculina tiene sobre las mujeres en especial y el mundo en general: el medio ambiente, los menores, las personas transgénero, las homosexuales, la paz mundial, la economía, etc. Esto ha cambiado en los últimos años en que se nos han sumado movimientos de hombres feministas más activistas que los de los primeros años (que solían sólo teorizar de manera feminista, pero no ser activistas).

Por eso, las personas que veis en el video, reaccionan como lo hacen ante un hombre que está siendo maltratado: lo ven “débil”, lo ven “feminizado” y el sistema patriarcal les ha enseñado que nada puede ser más risible y ridículo que un hombre que, pareciéndolo para las coordenadas del sistema (parece macho, parece heterosexual porque tiene compañera; si es macho y hetero debiera ser masculino -otro tema que ya he discutido por absurdo, pero en el que no entraré ahora-), se muestra “débil”.
Ví el video y pensé: “Puede que la intención sea buena (tengo alguna dudilla), pero sin más explicación, la interpretación de una cuestión generalizada, naturalizada, sistemática (coherente con el sistema sexo género patriarcal que la produce y reproduce), será analogada a la otra cuestión personal, particular (sin apoyo de ningún sistema porque, lo voy a decir alto y claro, aunque llevemos siglos diciéndolo muchas y algunos: el feminismo no pretende una inversión de roles; no está en nuestro deseo someter a “los hombres”, sino eliminar el sometimiento de las relaciones entre personas)”.

Ese hombre está siendo víctima de violencia de género, sí, pero no por parte de su compañera (que es violenta contra él, sí; ella, a título individual, no sostenida por un sistema: no existe dicho sistema... ¡menos mal!). Él recibe dos violencias: la de su compañera y la de las personas se ríen de la situación que, al romper las lógicas con las que miran el mundo, aún sin ser conscientes de ello, les produce un efecto más fuerte que el de la violencia a la que desearíamos, pusieran atención.

La violencia es violencia y hay que eliminarla.

La violencia de una persona agresiva, que no sabe gestionar sus emociones, requiere un trabajo individual (y como acción inmediata para quien la padece como receptor/a: marcharse, protegerse, denunciar). La violencia que incluso cuesta reconocer y demostrar porque el sistema (el que sea), la sostiene, la naturaliza, la produce y reproduce, requiere un trabajo social (y también uno personal). (Voy a dejar la discusión individual/ social que es muy tramposa, para otro momento; aquí me es funcional, aunque sea una simplificación).

Mi sensación ante el video fue: ¡Necesitamos aún más feminismo! Necesitamos el feminismo, el antipatriarcado, de muchos más hombres que hagan el trabajo que nosotras, las feministas, ya hemos hecho y seguimos haciendo sobre nosotras mismas y sobre el mundo. Hay muchos, están ahí fuera, agrupados, trabajando sobre sí y sobre el mundo. Conozco y admiro a varios de ellos. No es fácil hacer ese trabajo de autoconciencia, no es fácil cuestionarse y cuestionar la sociedad en que vivimos y que sostenemos; hace falta mucho coraje y temple. Uniros a ellos y empezad. Muchas de nosotras os estamos esperando llenas de ilusión.

lunes, 17 de febrero de 2014

A vueltas con el aborto desde una especie de...¿análisis desde una filosofía de género?

Las mujeres parimos y, aunque no somos las “hacedoras de crías”, el impacto simbólico de nuestro –co-dependiente- poder de dar vida, deja a los machos de la especie, “carentes”. Los deja en una posición de yo-no-puedo que les resultó desde el principio de los tiempos, probablemente (y les resulta aún a día de hoy, por no haberlo analizado hasta muy tarde en la historia -como grupo- y, para un grandísimo número de hombres, nunca –como personas-), insoportable.

Para compensar, se han atribuido el poder de dar muerte. Por eso la masculinidad tradicional, aquella no cuestionada, y asumida por herencia social acrítica, ha hecho de los hombres sin conciencia de género, seres empeñados en controlar la vida desde “el lado” en que sienten que se les puso: ellas controlan el darla, nosotros controlamos el quitarla. Y por asociación: ellas controlan mimarla, nosotros controlamos castigarla. Estas, y no las excusas biologicistas, son las causas de la violencia de los hombres: de que se agredan entre ellos desde cuando asumen, inconscientemente, la consigna (“controla la muerte”); de que se expongan, y expongan a otros, a accidentes en actividades de absurdo riesgo; de las guerras; del número de hombres, proporcionalmente gigante frente al número de mujeres, en las cárceles; de que se sientan más inclinados a “disciplinar” a hijas e hijos que a cuidarles y de tantos otros daños a la vida (a la buena vida, a la vida justa y vivible para todxs -que, además, no somos reductibles a estas dos categorías ficticias y que ni siquiera somos sólo lxs humanxs-).

Sin embargo, no hay que confundirse, no es la cultura masculina (esa cultura de la muerte) lo que nos mantiene en esta absurda –y dañina- contraposición, no. Es el hecho de que esa división en una especie de dos sub-culturas: dos sexos, dos géneros (el sistema sexo-género patriarcal) se haya convertido en la verdad hegemónica contra la que tantxs hemos despertado y luchamos porque resulta asfixiante, asesina. Que no sólo los hombres sin conciencia de género, sino también las mujeres sin ella, se hayan creído que esta es “la verdad”, “la naturaleza humana” y, al asumirla como tal, la reproduzcan en su propia cotidianidad al nivel más micro y al más macro de la sociedad.

Si nos empeñamos en seguir creyendo que el poder de dar vida y la responsabilidad y el placer de cuidar de ella, pertenece sólo a las mujeres (contra la más obvia cuestión de que no hay embrión posible sin gametos de macho y hembra), los hombres (como colectivo, porque los hay que están haciendo su trabajo de desarrollo y lo saben ya) no tendrán manera de darse cuenta (de verdad, profundamente) de que poseen ese poder y seguirán empeñados en controlar la muerte. Seguirán sintiendo que, para tener función, necesitan imponer el aborto selectivo o prohibir el aborto por decreto, porque ellos, y no nosotras, tienen, casi como premio de consuelo, el poder de dar muerte y no permitirán que nosotras, las que vivimos el embarazo, aquellas a las que les cambia el cuerpo, las que, bajo esta división absurda de roles somos las encargadas de cuidar, decidamos –solas, en pareja, con la “familia” que hayamos escogido o como sea- dar o no dar la vida. No se tratará nunca de cada vida en sí, sino del hecho de que sientan amenazado el único poder que sienten tener y hagan de todo –lo errado- para recuperarlo, en lugar de asumir (otra vez, lo obvio): que ellos son también dadores de vida, que tienen la capacidad y responsabilidad para cuidarla, mimarla, vivir lo gratificante y lo duro de su desarrollo.

Señor Gallardón, controle usted su vida y su muerte; las vidas y las muertes en cuya creación y desarrollo co-participa (y, por tanto, co-controla si tanto le hace falta sentir que controla algo) directamente y deje a lxs demás hacer lo mismo.

martes, 17 de diciembre de 2013

Carta a los reyes

Estos están siendo tiempos de cosecha. No es raro; suele ocurrirme, pasar sembrando y arando largos periodos hasta que empiezan a aparecer los frutos aquí dentro de mí. En muchas ocasiones, durante el proceso me he dejado las manos sangrando y el interior hecho jirones, pero siempre he conseguido recuperarme y, sobre todo, entre pequeñas y saludables cosechas año tras año, llega alguno en que recojo no mayor cantidad, sino frutos de fácil digestión que provienen de lo más profundo del terreno. Ocurre cada mucho, es verdad, pero lo que cosecho vale todo el trabajo sufrido año tras año.
Así está terminando este 2013.
Uno de los frutos más sabrosos (¡de cuánta amargura se ha nutrido!) es esta toma de conciencia, real, física –diría- de algo que ya rondaba mis intuiciones a nivel de conocimiento desde que era muy, muy joven. Ahora no es ya un pre-conocimiento; de algún modo ha tomado forma en sabiduría, es decir, en consciencia y vivencia presente: confío en la vida, siento que ella cuida de mí y yo no debo hacer más que dejar de interferir y alejarme de aquello que daña la paz que llevo dentro.
Todo cuanto necesito para vivir lo he tenido siempre (si no fuera así, simplemente no estaría aquí; no habría sobrevivido). Esto un hecho. Y vivir es el regalo, vivir es la fiesta a la que se me ha estado invitando cada día de estos más de 47 años que llevo dando vueltas por el mundo. Abrir los ojos cada mañana y sentir que el aire entra en mis pulmones; que la luz baña mis ojos e ilumina el cuarto en el que dormí cobijada; que mis oídos se llenan de las voces en las calles, las máquinas de limpieza, las discusiones de la gente que pasa, los cantos de alguien que, por la razón que sea, pasa feliz o endulzando su amargura; que la piel de mi cara y mis manos siente el frío de la mañana, mientras el resto de mí se abraza al calor que me proporcionan las mantas; que mi cuerpo se mueve con capacidad de transportarme hasta donde yo quiera; que mi boca puede gozar del sabor del café y mi nariz de su aroma. Sé que están llegando los días en que ya no vea ni siquiera con gafas, en que no escuche siquiera lo que ahora suena encapsulado en una caja metálica por la súbita pérdida auditiva del año pasado, sé que dejaré de moverme con la habilidad que aún tengo (y que nunca ha sido mucha, sino la necesaria). Sin embargo, lo que necesito para vivir seguirá ahí mientras siga viva. Si no, dejaré de estarlo y eso no duele; dejar de estar no hace daño. En el peor de los casos, si el proceso de irme fuera tan doloroso, siempre puedo decidir apurarlo.
Un año y medio viviendo sin trabajo estable ¡y sigo aquí! Esto sólo pude saberlo como he aprendido todo lo que vale la pena: asumiendo el riesgo y descubriendo que ¡sigo siendo feliz! Sólo hay una manera de vivir bien de verdad: saltando sobre los miedos.
¿Qué si tengo todo lo que quiero? ¡Claro que no! Pero es que lo que quiero no es lo que necesito. Lo que quiero es, incluso tan voluble que, a veces, cuando lo he tenido, he descubierto que había “querido mal”, que no me hacía sentir como imaginaba que me sentiría al tenerlo (y, situémonos, no soy de las que nunca haya querido joyas, un coche guapo, un caserón fastuoso o ropa de marca; no es de eso de lo que hablo).
No está mal que yo quiera y sueñe, eso me emplaza a moverme no sólo individualmente, sino política y colectivamente. ¡Pero es tan absurdo que sufra pensando en que perderé algo que en algún momento quise y siento que he conseguido! ¡Tan necio sufrir porque lo que deseo –y confundo con necesario- puede que no lo consiga! ¿Para qué inventarme dolores por lo que no es?
Lo que es, es que estoy, que estar es una maravilla, que no siempre es fácil, pero suele no serlo porque me lo complico con mis pequeños miedos. Es verdad que hace mucho, pero mucho, que no tengo grandes miedos ni grandes deseos que me hagan sufrir, pero algo en mí ha hecho “click” y siento que tengo que deshacerme también de los más pequeños. ¡Estoy aquí y, por lo tanto, tengo todo para estar! Y así ha sido más de 47 años, ¿qué sentido tiene preocuparme por si será así también mañana, el próximo mes o el año que viene?
¡Es tan simple! La vida me va dando lo que necesito para ser y, además, miles de otras posibilidades para que juegue… ¡para que viva! Basta que tome lo que creo que vale la pena y deje lo que no. ¿Me equivoqué? O tal vez ni siquiera me equivoqué y, sencillamente aquello que elegí y fue bueno, ha dejado serlo ahora. ¡Lógico, soy un ser humano jugando a vivir! Tengo que equivocarme y tengo que aceptar que lo vivo cambia. Entonces, sólo toca volver a elegir. Aceptar lo que se ha ido. Dejar atrás voluntariamente lo que me hace daño o no es justo y empezar de nuevo a elegir. Parece duro, pero no lo es tanto, es más duro aferrarse a lo que ya no hace bien; es más duro seguir en donde no se debe estar. Depende de mí cómo interpreto esta propuesta de la vida de “elige nuevamente”. Puedo asumirla con pesar, con culpa o con sufrimiento o puedo sentir que valió la pena porque sigo aquí y ahora tengo más experiencia, más herramientas para seguir jugando a vivir y ¡la invitación a nuevos juegos!
Estos juegos que me va proponiendo la vida no son competitivos. No puedo perder. Son juegos como los que jugaba de niña, jugar por jugar, por el placer de hacerlo, porque no se puede no jugar. Si entro en competencias -aún si lo hago conmigo misma pretendiendo ser mejor persona que ayer (y este es para mí un descubrimiento reciente)- lo voy a convertir en tarea, desvirtuando lo que la vida me está regalando y rompiendo esta paz, esta conciencia de ser, de estar; este bienestar que me habita.
La ética, que ha sido el motor de cada uno de mis movimientos, que ha sido la guía y el sentido de cada pregunta antes de hacer una elección, ha cambiado de lugar en mi vida ahora (tal vez ese fue el “click” que escuché). Sigue en ella; sin compromiso ético no quiero ser –tampoco podría ya-, pero se ha desplazado. En el centro está ahora mimar de mi paz, de este bienestar que siempre ha estado conmigo y que tantas veces he malgastado tratando de apaciguar guerras ajenas que me fueron traídas y que yo acepté por amor. No me daba cuenta de que mi comprensión, mi paciencia, mi capacidad de aguante, muchas veces -la mayoría- sólo sirven para alimentar al guerrero que se nutre de mi paz para seguir en su batalla. Las únicas excepciones válidas son l@s hij@s mientras se les educa. De sus batallas bien vale ser “el descanso del/de la guerrero/a” porque su sola presencia aporta también paz a pesar de sus primeras y dolorosas batallas consigo mism@s y de sus primeros encuentros con guerras ajenas. Aquí está mi truco, la razón por la cual ahora puedo permitirme el lujo de sólo cuidar de mí. Misión cumplida.
Mi paz, ahora, está en el centro y mi ética, a su servicio. Puedo dar lo que tengo a quién lo pida y sepa aprovecharlo sin dejarme a cambio sus cargas. Es su tarea deshacerse de ellas, como es la mía no permitir que nadie las ponga en mí. Bastante me ha costado deshacerme de las propias y, sobre todo, de las ajenas adoptadas al haber olvidado poner mi propia figurita en cada ejercicio de ética hasta que ya estaba muy cansada. Demasiada explicación, demasiada amable solicitud, demasiada paciencia, demasiada comprensión.
Así, lo que empezó hace casi una semana e iba a ser una especie de carta al 2014, una carta a Papá Noel para los “regalos” de este año porque “he sido buena”, se ha ido convirtiendo en una declaración de abandono a la vida. Escribía, borraba, editaba. Buscaba el modo exacto de pedir, tan preciso que esta vez no me equivocara al formular mis -pocos y humildes- deseos. Al final (no al final de una semana, sino al final de años), esto es lo que escribo.
No pido nada, no quiero nada. Sé que la vida me seguirá dando, como ha hecho ya largamente, todo lo que necesito mientras tenga que ser. Seguiré tomando lo necesario que me da. Seguiré jugando los juegos que me propone procurando no perturbar mi paz y, si puedo, sólo si puedo y mientras no me dañe, contagiarla. Lo que no tengo, no lo necesito y lo que elija de tanta oferta, lo tomaré y lo compartiré mientras me haga bien y lo dejaré ir (o lo sacaré con respeto, pero con fuerza, si fuera necesario) cuando me haga mal.
Comparto mi carta con tod@s por si alguien más estuviera allí, en el camino de formular algo parecido y le significa un empujoncito en “el aparato” que un día, hace “click”.
¡Bienvenido 2014!

lunes, 21 de octubre de 2013

El striptease

Esto lleva, por lo visto, alrededor de 2 años dando vueltas en youtube (o quizás más). Lo he visto en varios muros Facebook últimamente y me ha hecho reflexionar mucho.

http://www.youtube.com/watch?v=2e-YzSySoIo


Como es obvio, mi “alucine” viene de ver a tantas mujeres empeñadas con euforia en conseguir el desnudo total de un “hombre” bidimensional, rosa y luminoso (¡Pero qué sexy suena!... ¿O no?). Podría argumentarse que, dado que se trata de un anuncio publicitario, tanto las mujeres que apasionadamente pedalean como el resto de las personas que observan, son personas pagadas para fingir que reaccionan como lo hacen. Sin embargo, aunque así fuera, los comentarios en cada copia del video en youtube o en los FB en que lo he visto, evidencian reacciones bastante similares a las de las protagonistas.
Estoy segura de que si hiciéramos una encuesta preguntando a las mujeres cuántas de ellas se sentirían estimuladas a pedalear en una bicicleta estática para ver cómo hace un striptease un muñequito rosa hecho de luces y, en especial, cuántas lo harían gritando de pasión, la gran mayoría nos respondería que la sola pregunta les resulta absurda. ¿Qué pasa, entonces, aquí? Doña Psicología Social, señora donde las haya, puede ofrecernos varias respuestas. Desgraciadamente, no tengo el tiempo para detenerme en detallarlas. La Psicología Social y yo somos grandes amigas, la quiero con locura y buena parte de mi vida la vivo con ella a mi lado (si no toda; no puedo evitarlo, me apasiona). Sin embargo, su agradable compañía y nuestro perenne compromiso mutuo, no me aportan el dinero para el sustento cotidiano y tengo la mala costumbre -por ejemplo- de alimentarme, así que debo usar mi tiempo para los así llamados “trabajos serios” mal que le pese a mi pasión por la Psicología Social. Así las cosas, iré directamente al sustrato que queda como pozo de café después de todas las vueltas que la cucharilla dio en mi cabeza y que, ¡cómo no!, se aplica a las relaciones erótico afectivas: “Es decir que, para erotizarnos, lo que importa no es qué tan bueno esté el tío (ya me dirás tú cuánto puede estarlo este “dibujito animado”) sino cómo hayamos decidido mirarlo. Vamos, que parafraseando aquél viejo dicho: La belleza está en los ojos de quién mira; Lo erótico está en los ojos de quién mira.
Si pretendemos que algo o alguien nos resulte erotizante, es necesario que estemos dispuestas a dejarnos erotizar por ello. Ok, eso como primera idea, pero ¿es tan fácil cómo decidir yo solita que tal persona me resultará eróticamente estimulante? Parece que no, parece que, al menos ayuda, que haya otras personas dispuestas a compartir esa valoración. Es decir, no sólo se trata de lo que yo pueda considerar erotizante, sino de que en mi cultura, en el imaginario de la sociedad en que me he estado desarrollando y me desarrollo, aquello pueda ser concebido como erótico. Digámoslo de otro modo, que haya aprendido a significarlo de esa manera. ¿Imagináis a una sola chica pedaleando que consiga ir formando la imagen y hacerle perder “ropa” mientras otras pasan por su lado y la miran con cara de ¿qué-hace-esta-loca? Seguro que, si tiene la fuerza de ánimo para seguir dándole a la bici, al menos lo hará sin exultaciones. Sin embargo, sigue sin bastar. El hombre bidimensional, rosa y luminoso fue diseñado no sólo para “aparecer”, sino para provocar. Él “hace” cosas y no cualquier cosa, hace algo que se reconoce como intencionado, dirigido a provocar un efecto que, obviamente provoca: hace un striptease. Sea que atribuyamos al hombrecillo la intencionalidad (dudo que alguien lo haga) o a quienes lo crearon, su comportamiento se entiende –por lo visto, perfectamente- como una invitación a teatralizar (a performar) el diálogo de seducción/erotización. Y en este ir “actuando como si”, se produce el milagro: el deseo real de conseguir desnudarlo del todo.
Puede que en el proceso de este “trabajo comunitario de conseguir el desnudo”, algunas de las participantes hasta hayan obviado lo absurdo de empeñarse en ver desnudo un dibujito que se han decidido a “completar”. Lo “completan” poniendo ellas lo humano que aceptan estar invitadas a ver en él: deseo, intención de seducción, atractivo físico, piel, músculos, olores, texturas, brillo en los ojos… y la expectativa de un pene como parte prohibida de ser exhibida que esperan transgredir.
Soy plenamente consciente de hacer una reflexión muy superficial. Debería pasarme horas para citar teorías y ejemplos, para poder crear el marco teórico adecuado. No puedo permitirme hacerlo, así que sólo os invito a la reflexión partiendo de estas mías. Sobre todo, me gustaría que estas pinceladas os provocaran para reflexionar cómo se pueden aplicar estas inquietudes a la estimulación del deseo en los vínculos erótico-afectivos en que estáis involucrad@s. Si mi deseo por mi compañer@ está desapareciendo o, al menos, anda medio dormido y me parece importante recuperarlo, ¿qué de todo esto puede darme ideas, puede provocarme preguntas, puede emplazarme a encontrar maneras de despertarlo?
Hay, si somos honest@s, una trampa evidente: el hombre imaginario (y cualquiera de carne y hueso que nos regale un striptease) no es (no suele ser) alguien de quién conocemos (y padecemos, a veces), todas sus miserias. Está “libre de culpas” y tantas, tantas veces, lo que nos des-erotiza en pareja no es otra cosa que lo que nos duele en otros ámbitos de la relación. La mayor parte de las veces, la disminución o ausencia del deseo por nuestr@ partener es como el prurito que nos llaga la piel y que, por más que vayamos a la dermatóloga, no desaparece con cremas, potingues y pastillas si no nos damos cuenta de que es un síntoma de una intolerancia alimentaria. Entonces, de nada sirve afanarse sólo en el síntoma, sino es necesario tratar la causa al mismo tiempo.

viernes, 18 de octubre de 2013

Amando con miedo

Amo sabiendo que el amor, como toda cosa viva, puede morir. Es un riesgo de dolor aceptado desde el principio. Sin embargo, no amo temiendo la muerte de ese amor, amo festejando el amor vivo. Si ese amor enferma, entonces temo la muerte y procuro su recuperación. Si la muerte le atrapase, será triste. Sin embargo, cada momento vivido habrá valido la pena.
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Está avergonzado. Sabe que causa dolor (a sí mismo y a su compañera) con celos y desconfianza sin motivos aparentes. Sufre y hace sufrir.
Me dice, asustado, que no quiere pasar por tonto. Que teme el engaño porque sería muy doloroso descubrir que la mujer que ama no ha cuidado de sus emociones, se ha permitido asumir el riesgo de herirle sin que le importase lo suficiente el dolor que le causaría. Pregunto qué tiene que ver eso con ser él “el tonto”. Entiendo que eso le causaría dolor y entiendo que para evitar un dolor sólo posible, se está causando y le está causando a ella, constantemente, un dolor real, tangible, que está dañando la relación. Entiendo también que una traición la convirtiera a ella en –digamos- una persona desconsiderada. Sin embargo, “no entiendo” cómo algo que ella hiciera podría hacer de él, “un tonto”. Entonces me explica: significaría que no he podido verlo, que no me he dado cuenta antes de que me engañara (de que flirteara con otro-s-, de que me mintiera que me amaba mientras no era capaz de pensar en mí, etc.) de que era capaz de hacerlo.
Me quedo pensando. Le pregunto ¿De verdad crees que no sabes que un ser humano (ella o quién quiera que sea; también tú) es capaz de engañar? ¡Tod@s lo hacemos! Tod@s decimos que un peinado le sienta muy bien a alguien que acaba de cortarse el pelo y que ya no puede remediarlo, aunque no nos lo parezca. Creo que lo sabes, como sabes y yo sé, que por estar viv@s, vivimos en el riesgo de morir, es una posibilidad en cada minuto de nuestras vidas, pero (¡menos mal!) no vivimos nuestras vidas atent@s a evitar la muerte porque eso implicaría dejar de vivir de verdad.
Cuando se va, me quedo, como siempre, largo tiempo reflexionando. Fácil intuir que, educado para “ser un hombre”, es muy probable que haya aprendido que debe tener control sobre todo, que buena parte de su masculinidad y, por tanto, de su subjetividad, de su “quién-soy” esté atada a ser fuerte, no ser débil ante el sufrimiento –menos por amor, ¡tan femenino!- y al control (en especial sobre “su” mujer, pero, en general, sobre todo). Misión imposible encomendada a Los Hombres: controlar y no ser débil (el estar en control debilita en sí mismo, agota, rompe)
Creo que estamos frente a dos problemas que se retroalimentan. Uno que parece nacer desde dentro e ir hacia el afuera: aprender a vivir el amor con valentía, aceptando que amar es exponerse, es hacerse vulnerable, es ofrecer a la otra persona la posibilidad de hacerte sufrir en la confianza de que, porque también te ama, hará todo lo que está en su mano para prevenirlo, aunque, muy probablemente, no podrá evitarlo siempre. Basta que no te mire del modo que esperabas, que no diga la palabra que imaginabas y deseabas que saliera de su boca y ya habrás sentido el pequeño aguijonazo del dolor. Amar es un acto de fe y sí, ESA persona puede traicionar tu fe, y sí, dolerá, pero cuando has vivido y superado esto unas pocas veces, descubres la única cosa que te hará invencible: es tremendo sentir dolor, pero siempre has conseguido y siempre conseguirás volver a tener nuevos sueños, disfrutar y sentirte afortunad@ y feliz. Esta certeza nacida de la experiencia no hace que cada nuevo golpe de la vida duela menos, ¡qué más quisiéramos! Duele, duele de todos modos, pero ya no le crees a esa voz en tu cabeza que te dice que será para siempre, que “nunca más”. Si has sabido aprovechar las experiencias, reflexionar, trabajarlas, a veces ni la escuchas. “Ok, duele un huevo, pero sanará; lo sé, ya ha ocurrido.”
El otro problema podríamos verlo como viniendo desde afuera y ocupando el adentro y tod@s somos responsables de hacer que esto cambie: no se equivoca mi interlocutor cuando dice que “pasará por tonto”. Hay muchas personas para las que “culpabilizar a la víctima” parece ser más sencillo de encajar que aceptar esa vulnerabilidad de la que hablamos. Es como si poner las cosas de este modo, analizar de esta manera tan enrevesada los eventos les permitiera decirse: “a mí no me sucederá; no soy tont@, sabré estar atent@ y prevenirlo”. ¡Qué ingenua fantasía de control! (y que terrible amenaza para su salud mental –y la del/de la otr@- si verdaderamente vive así de “atent@” sus relaciones).
“¡Pero si tod@s nos habíamos dado cuenta de que si no le estaba ya poniendo los cuernos lo haría cualquier día! Es que casi se lo merece por no haberlo visto venir. ¡Y con sus antecedentes!”
Déjame ponerte en una situación absurda por extrema, pero… Si desde tu balcón ves como un hombre camina por la calle y otro se le acerca por detrás, saca un cuchillo y le mata, ¿te atreverías a comentar que dado que el caminante estaba vivo debiera haber estado atento a la posibilidad de ser asesinado? ¿Le llamarías tonto por no haber caminado con la cabeza girando hacia todas partes para prevenir el peligro? ¿Cómo podría disfrutar de la vida si estuviera cada minuto atento a prevenir el riesgo de morir? ¿De verdad no te plantearías como primera cuestión el papel del asesino? ¿En serio no estaría más impresionad@ y lleno de preguntas que de respuestas rápidas? ¡Detén esos juicios! Puede haber mil explicaciones (ninguna justificación) para ese homicidio (hace un mes, el ahora muerto había matado al hijo del asesino; el asesino quería robar y se puso nervioso; estas dos personas se habían peleado a golpes y humillado mutuamente hace una semana, etc.). Sin embargo, lo que no puede ocurrir, lo que no debe ocurrir, lo que debería llenarte de inquietudes sobre qué miedos y fantasmas se esconden tras tus irresponsables conclusiones, es que decidas que la persona muerta (o la persona herida en sus sentimientos) es culpable de no haber previsto y evitado una conducta que no ha ejecutado.
Las relaciones humanas no funcionan como las relaciones con objetos. No es que de A se desprende como consecuencia lógica B. Por eso son mucho más complejas, por eso somos tan vulnerables y las relaciones (y las personas que en ellas se van tejiendo) son tan únicas, fantásticamente maravillosas, sorprendentes e interesantes. Por eso es que vivir no puede ser una fiesta en que, en lugar de bailar, cantar, beber, reír, comer, te dediques a torturarte pensando en cómo evitar que acabe pronto.