sábado, 8 de junio de 2013

Libertad sexual

Si hoy hiciéramos una encuesta preguntando sobre los grados de libertad sexual percibidos, puedo apostar a que mucha gente nos diría que en España tenemos toda la libertad sexual posible… incluso, habría quién nos dijera que ya ha dejado de tratarse de libertad y esto se ha vuelto libertinaje y que “muy mal vamos si seguimos con esta especie de todo vale”.

La sexualidad humana es, aunque nos cueste creerlo, una “invención” cultural como todo aquello que lleva el calificativo de “humano”. No digo la sexualidad en general, digo “la sexualidad humana”.

Ser humano es, por definición, ser una entidad que mezcla naturaleza y cultura. Nosotr@s creamos una forma de vivir peculiar que varía en el tiempo y el espacio por lo que, lo que ahora nos parece “natural”, siglos antes podría haberse considerado una aberración (y viceversa). Para nosotr@s, ahora, muchas costumbres de otros grupos culturales o de otros tiempos nos parecen, como mínimo, “raras” y seguramente a a estas personas también resultamos extravagantes.

Así las cosas, la mentada “libertad sexual” actual aparece bastante reducida no sólo cuando comprobamos cuántas opciones aparecen como “desviadas”, “anormales”, etc. sólo porque son ajenas a las costumbres culturales de nuestro grupo. Esto, aunque provoquen placer a quiénes las practican, no dañen a nadie y sean elecciones hechas por personas adultas con capacidad para evaluar sus consecuencias y hacerse cargo de ellas. Es decir, a pesar de que sean actos libres y responsables. Sin embargo, hay otra forma de mermar la libertad sexual de la que no solemos ser muy concientes: entender que para ser “sexualmente libre” hay que decir “sí” a cualquier tipo de propuesta sexual.

Es perfectamente posible que algo no te haga mal ni se lo haga a ninguna tercera persona, que sea muy deseable para otr@s o, incluso, para ti mism@ en otr@s momentos, pero que no lo desees cuando se plantea. ¿Qué clase de libertad es aquella que en esta tesitura sólo deja la alternativa de decir: “sí”?

Nada te obliga, nada debiera obligarte, a hacer algo que no te apetece, que crees que no será gratificante para ti o que intuyes que te hará sentir mal o te puede disgustar. Ni con el argumento de ser “progre”, “liberad@”, etc., ni para evitar el calificativo de “estrecha” o de “poco hombre”. Como tampoco, nada debiera privarte de hacer lo que deseas si las personas con quienes quieres compartirlo lo desean también y así lo han decidido después de pensar en lo que sienten, piensan y sus posibles consecuencias. Ni por evitar las habladurías, ni por no herir a quienes te quieren y podrían sentirse desilusionad@s de que no te comportes como ell@s consideran “normal”, “natural” o aceptable.

Si tienes dudas frente a algo que, quizás te gustaría probar, que no tienes claro qué efectos puede tener en ti o las personas involucradas, asesórate, infórmate, imagínate en la situación y evalúa… quizás decidas esperar para volver a pensarlo más adelante; tal vez decidas que prefieres que eso se quede en el plano de las fantasías; puede que consideres que te gustaría mucho, pero que tendrá consecuencias negativas para la relación en la que estés y que quieres cuidar y por tanto, optes por privarte de ello, o bien, puedes que decidas probar. Entonces, asegúrate de que con quién experimentas sea alguien que te merezca la suficiente confianza para saber que bastará que digas “no quiero continuar” (y que sabrás cuidar de ti y decirlo).

Lo importante para ser sexualmente libre es que nunca hagas algo que no quieres hacer ni presiones a nadie a hacer aquello que no desea y que evites que tus conductas sexuales se vean limitadas por otra cosa que no sean tus propios deseos y decisiones responsables. Deja de preguntarte si lo que experimentas es “normal” o no (pregunta que escucho y leo con bastante frecuencia) y pregúntate si es lo que deseas, lo que te conviene y si quién comparte esas experiencias contigo también las ha escogido libremente.

… y una especie de principio que puede ser útil: puest@s a escoger conciliando los deseos de dos personas (o más), suele ser menos duro renunciar a algo que se desea que verse obligado a hacer lo que se rechaza, así es que más vale renunciar que imponer. Si quién renuncia a un deseo se llena de frustración, puede negociar otras formas de satisfacción y si no, tal vez, corresponda la pregunta de si estamos con la persona adecuada para caminar junt@s por la vida.